Emisiones de gas, una amenaza volcánica

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Por: Kelly Edith Echeverría Meléndez, estudiante de cuarto año de Licenciatura en Periodismo.

Muchos tienen miedo a la idea de la erupción de un volcán, otros desconocen la magnitud de un fenómeno de esta naturaleza, pero para un grupo de investigadores, es una pasión que les hace dedicar aún su tiempo libre para estudiarlos.

El Salvador se caracteriza por poseer altiplanos, cerros y montañas. Tiene más de 25 volcanes, la mayoría de ellos se encuentran activos, según estudios realizados por el Servicio Nacional de Estudios Territoriales (SNET).

Desde 2001 la Universidad de El Salvador (UES), comenzó un pequeño esfuerzo por realizar un monitoreo sobre el comportamiento volcánico. “Me alegro cuando alguien se interesa por este tema”, comentó sonriente y entusiasmado Francisco Barahona, mientras acomoda su computadora portátil para mostrar algunas fotografías de los volcanes del país.

Barahona es catedrático de Física en la Universidad de El Salvador, pero después de los terremotos de 2001, combina la docencia con la dirección del Departamento de Vulcanología de este centro de estudios.

“La idea nace ante las dificultades técnicas que tuvimos en esa época, pues solo teníamos una red sísmica a nivel nacional que era bastante débil”, comenta Barahona y añade que desde entonces comenzó a indagar en el área, incluso cursó un seminario de gases difusos en la Universidad de Japón.

Cómo parte de la rutina se reúne con algunos de sus compañeros para estipular la hora de salida hacia el volcán de San Salvador, donde se encuentra una de las estaciones de monitoreo continuo.

Las estaciones para los respectivos monitoreos fueron donadas por la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) y están valoradas en un aproximado de 400,000 dólares. Están ubicadas en zonas estratégicas: en los volcanes de Santa Ana, San Vicente, San Miguel y el de San Salvador, que está dentro del Ecoparque el Espino, a diez kilómetros de la Plaza Merliot.

El departamento de vulcanología esta conformado por un grupo de 12 personas que se han ido integrando en estos siete años. Dado que en el país no existe una carrera como tal han ido adquiriendo capacitaciones en el exterior. Para este monitoreo más cercano bastará con la asistencia de dos de ellos para realizar el procedimiento que como mínimo, se ejecuta una vez al mes.

Estudiar la composición química de la tierra y el comportamiento de los elementos en ella, tanto en materiales sólidos como en líquidos y gaseosos, es el reto que tienen los siete nuevos aparatos de monitoreo de volcanes.

Estos equipos, donados por el Gobierno español, tienen como tarea recolectar muestras de las diferentes emanaciones gaseosas que fluyen del interior de los colosos, tales como radón y el dióxido de carbono (CO2), entre otros.

El CO2 es uno de los componentes mayoritarios de los gases disueltos en los magmas (lava) y su baja solubilidad hace que se escape con facilidad hacia la superficie a través de penachos volcánicos, fumarolas o en forma difusa a través de los suelos.

“Y es que estos fluidos es importante atenderlos, sobre todo por su movilidad. Son los primeros en indicar cualquier variación térmica que se da en el vientre de un volcán”, explicó Barahona.

Esta nueva red geoquímica, según el especialista, permite predecir las erupciones volcánicas, debido a que se hace un estudio sobre el ascenso del cuerpo magmático (lava) hacia la superficie, proceso que produce modificaciones térmicas y cambios de la composición química.

Las erupciones pueden ser de diferente tipo y energía. Un volcán puede presentar diversos tipos de actividad en un período eruptivo, es decir, una misma erupción puede aportar lavas, ceniza y escorias en grandes cantidades.

En otros casos, la actividad eruptiva de un volcán consiste de un evento en particular, ya sea emisión de lava o ceniza. Cada una de estas manifestaciones constituye un peligro particular, ya que puede impactar de diferente manera sobre las personas.

Así, las erupciones consideradas explosivas forman enormes columnas eruptivas que alcanzan, en ocasiones, más de 20 km. de altura. En este caso particular, se constituyen en un gran problema para la aviación civil, ya que la ceniza es abrasiva y afecta los motores de los aviones.

“Registro 76 ºC, dos más que la vez anterior”, después de utilizar un “termopar” que es el medidor para conocer la temperatura de la tierra. “Pero es normal, así que por ahora podemos seguir viviendo en Merliot”, afirmó el agrónomo Agustín Hernández, mientras se reía.

El estudio de los movimientos volcánicos y el fluido que emiten son importantes porque proporcionan datos sobre los procesos que ocurren en el interior de la tierra y permiten evaluar si están en etapa de pre-erupción. Con estos equipos geoquímicos se pretende llevar un control de la actividad de los volcanes dormidos que se encuentran en El Salvador. Pero esto no quiere decir que va a explicar dónde y cuándo ocurrirán las erupciones.

Su compañero, catedrático de química Renán Funes, monitorea la estación para hacer el chequeo y explica que el 80% del país es territorio volcánico, “Vivamos donde vivamos estamos cerca de uno”, señaló con un tono humorístico. Las estaciones hacen una evaluación territorial cada hora.

Durante la visita debe cambiarse una pequeña bomba que posee un polvo especializado que absorbe el agua producida por el vapor de las fumarolas que proporciona el nivel de humedad existente.

En cada volcán el procedimiento es diferente pero siempre se descarga lo obtenido para analizarlo y llevar el control desde la oficina central.

Como departamento llevaron el seguimiento del volcán de Santa Ana en 2005, cuatro días antes de la erupción realizaron su última investigación sobre el volcán y por los resultados obtenidos avisaron a los habitantes de San Blas que evacuaran la zona.

“La gente lo toma a broma, pero un flujo grande de dióxido de carbono puede producir asfixia”, indicó Funes y manifestó que ayudar a la población en la prevención de desastres es su máxima motivación.

Con respecto a gases como el dióxido de azufre (SO2), estos, se cuantifican con un Espectrómetro de Correlación (GEOCOSPEC). De tal forma que es posible conocer el momento en que ocurre algún tipo de anomalía, pronosticar cuando podría producirse la reactivación de un volcán y desarrollar por tanto los sistemas de alerta temprana para los diferentes sectores de la población.

Los resultados del análisis del peligro volcánico son importantes para que las instituciones responsables de la protección civil, en coordinación con la participación ciudadana, desarrollen acciones tendientes a la prevención y mitigación del riesgo volcánico y además preparen los planes de emergencia que deberán implementarse en caso de que se genere una alerta, con la finalidad de reducir daños ante una eventual erupción.

No todo es emoción, el compromiso que han adquirido en este proyecto está respaldado por una fuerte entrega personal. “El presupuesto es mínimo y a veces no nos lo aprueban hasta en julio, como ahora por ejemplo”, detalló Barahona y explicó que cada integrante se ha sumado al departamento de forma voluntaria.

Trabajan por el mismo sueldo que reciben por dar clases y son ellos los que se costean los viáticos. “Cuando me inicié yo estaba divorciándome, así que para mi ésta es mi segunda mujer. En esto dedico mi tiempo”, expresó Agustín Hernández, miembro del Departamento de Vulcanología.

Más por vocación que por preparación realizan esta tarea. Han recibido ayuda internacional como en el caso de la erupción del volcán de Santa Ana, en donde geólogos y vulcanólogos de Italia y España vinieron a realizar investigaciones. Barahona contó que durante un monitoreo los asaltaron.

“Fue un buen susto. Todo el equipo que traían los extranjeros nos lo quitaron, y desde entonces ahora siempre nos acompañan policías”, subrayó el director.

A pesar de los inconvenientes miran en un futuro la oportunidad de crear una carrera que prepare científicos calificados en este campo y que a través de ingenieros nacionales se pueda fabricar estaciones y los instrumentos necesarios en el país.

“No es fácil. Sobre todo ahora con el cambio de administración, pues no todas las personas le ven la importancia, pero como me dice el vicerrector: `Es tu pila, vos tenés que convencernos de su importancia, y en eso estamos”, concluyó con optimismo Barahona.

“Para mí es algo que me apasiona, me encanta cuando yo subo al volcán de San Miguel o al de Santa Ana, los conozco como la palma de mi mano, cuando les sale una roncha o tiene una heridita yo las conozco”, reflexionó Funes mientras sigue monitoreando la estación.


ANEXOS

Foto: Cortesía Dpto. de Vulcanología UES. El volcán de Santa Ana cuatro días antes de su erupción presentaba fuertes emisiones de gases, que obligaban al personal a permanecer con mascarillas.

Foto: Cortesía Dpto. de Vulcanología UES.Francisco Barahona (derecha) junto a miembros de vulcanología, examinan el equipo para la cuantificación de gases.

El CO2 es uno de los componentes mayoritarios de los gases disueltos en los magmas (lava).

Primera estación, colocada en abril pasado en el volcán Chinchontepec, de San Vicente.

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